Todos los Estados y habitantes del planeta tenemos la gran responsabilidad de consolidar algún día, una cultura de la paz y de la democracia, que nos permita dirimir cualquier problema, a la luz del sano discernimiento y con fundamentaciones serias.

Esa responsabilidad, a la cual a veces eludimos, debe tener unos responsables plenos e institucionales, que deben desde sus lugares de operación, inculcar a todas las generaciones la cultura de la paz, la ciudadanía y las buenas maneras, porque, así como se enseña la violencia, como se enseña a hacer atentados, a fabricar bombas, a levantar falsos testimonios, etc., así también se debe enseñar la paz, la democracia y la resolución pacífica de conflictos. No podemos fomentar la cultura del odio.

Esa responsabilidad recae directamente sobre tres estamentos de la sociedad: el hogar, la escuela y el Estado. Del funcionamiento armónico de los tres, depende el éxito que pueda tener cualquier campaña hacia la paz, la democracia y el respeto a los derechos humanos.

Desde los primeros años de vida de un niño o de una niña, sus progenitores deben empezar a dar las orientaciones necesarias para que desde pequeños vayan comprendiendo que se debe vivir en armonía, sin pretender lo idílico. Aquí desempeña un papel importante la calidad de vida en la que se levantan esos niños y niñas y el tipo de relación que llevan los padres, porque está comprobado que del buen ejemplo y con las observaciones correspondientes en su justo tiempo, se van formando los futuros ciudadanos.

De aquí la importancia de educar a las personas en general, en los menesteres propios de lo que es contraer matrimonio, con el ánimo de fundar una familia, unidos por el amor y la tolerancia. En el hogar van a permanecer muy cerca de sus padres, recibiendo directamente la formación positiva o negativa de lo que es la convivencia. ¿Qué se puede esperar de padres que solucionan sus problemas con un vocabulario soez, a los golpes o que consumen droga o son irresponsables con la responsabilidad que se han echado a cuestas? Este ejemplo carcome los tiernos corazones de esos ingenuos y desprotegidos niños y niñas y van a ser después, un buen caldo de cultivo hacia la delincuencia o vivirán con la timidez del impotente de por vida.

Los padres deben formar a sus hijos en buenas relaciones, en una correcta urbanidad y en un ejemplar ejercicio de la ciudadanía, aunado al ideal de formación en el estudio para bien de su patria y el mundo.

El otro responsable directo y sobre el cual cae toda mirada, es la Escuela y la formación que se da en las instituciones educativas de cada Estado. Esas instituciones deben tener muy bien definidos los conceptos de enseñabilidad y educabilidad. La enseñabilidad la definimos como las asignaturas propias de lo que es el saber, la ciencia y el desarrollo. La educabilidad la definimos como las asignaturas y programas especiales que tiene la institución educativa para formar en valores y servicio a los niños, niñas y jóvenes que se les da para que presenten en un futuro, a un correcto ciudadano. Es decir: El saber ser y convivir.

Las instituciones, educadores y hasta el mismo Estado, nos hemos preocupado demasiado por la enseñabilidad. Es fácil comprobarlo, cuando visitamos una institución y hablamos con los alumnos: conocen los elementos químicos, sus aleaciones, sus fórmulas; pero no saben el daño que pueden ocasionar en la humanidad si se llegan a utilizar indebidamente; conocen el sistema planetario y no saben que nuestro planeta está seriamente amenazado por el uso incorrecto que hacemos de él y sus recursos. En fin, en las pruebas para ingreso a la universidad, nos damos cuenta de que tenemos centrado el currículo educativo a preparar sabios. Por eso, cuando se nos presentan casos especiales entre los alumnos, nos excusamos tirando el problema a que los jóvenes de ahora son así, que en nuestro tiempo no se alcahueteaba, que hay que darles castigo físico y en estas discusiones del ser o no ser, quedan todas las apreciaciones y en la mayoría de los casos muchos alumnos afectados. Por eso. mi propuesta gira en torno a generar desde la escuela, una serie de proyectos, en donde se privilegie o vaya a la par la educabilidad con la enseñabilidad. Para esto es muy necesario, la preparación del educador en estos aspectos para que su manejo sea efectivo.

Los jóvenes de ahora viven otra época, muy diferente a la que vivieron en esas edades sus educadores, y es lógico que así sea, porque el mundo no es estático, todo cambia, todo se mueve en ocasiones en un círculo vicioso que algunas sociedades educativas no quieren reconocer o no aceptan que los jóvenes de hoy sean como son y quieren que adopten patrones caducados de comportamientos, procederes, modos de vestir y modales que hoy se han transformado, que si los analizamos no son malos o peligrosos; lo que ha sucedido es que ese joven de hoy en medio de un mundo de consumismo que lo absorbe, perturba y desubica, pide, exige, implora que se le dé la mano para poder salir airoso de los embates que le da la vida y la sociedad. Esto lo refleja notablemente en el círculo escolar y cuando va por una ayuda, el profesorado no tiene la preparación adecuada para dar el sabio consejo, del siglo XXI que requiere ese joven, esa joven y en lugar de ayudarles y que vean la institución, como ese otro hogar, amigo de ellos, dejan ver la imagen de la incomprensión y la intolerancia que sumergen a esos jóvenes en un mundo superfluo, ingrato, peligroso y perjudicial, que solo superan aquellos que tienen la valentía de enfrentarlo por sus propios medios, mientras otros sucumben en el intento y una gran mayoría pasan a integrar el mundo de los relegados, de los delincuentes o de los que forman el “problema social”.

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Por esto, se debe crear en todos los estados del mundo la Cátedra de la Paz, como una estrategia pedagógica permanente que integrada al currículo escolar dé las bases necesarios a los escolares y a la ciudadanía en general, con el fin de sembrar las semillas de los derechos humanos, de la resolución pacífica de conflictos, de la cultura ciudadana, de la práctica de un deporte organizado, que nos lleve a una paz sostenible y duradera, integrando en ella las grandes industrias y colectivos de ciudadanos, que unidos en este esfuerzo el deporte, la educación, el desarrollo y la cultura nos lleve a entrelazar las manos de todos los ciudadanos del mundo, en donde los lazos de hermandad primen sobre los intereses corruptos, personalistas y anárquicos.

La institución educativa tiene un lapso de doce años como mínimo para entregar a la sociedad, a un ciudadano correcto, como gracias a esos buenos educadores ha sucedido en muchas oportunidades, un ciudadano respetuoso de los demás, cumplidor de sus deberes, amante de su patria y de las buenas maneras; pero hay ocasiones en que lamentablemente, no sabemos qué entregamos a la sociedad.

Esta sociedad espera que los educadores tomen conciencia de su importante papel dentro de ella, para lo que requieren tener una preparación continua, permanente y eficaz para preparar bien a nuestra muchachada. Por esto, la preocupación de que todos los educadores, de cualquier país del mundo, deben aumentar día tras día sus conocimientos en valores, en el respeto a los derechos humanos y en la elaboración de un currículo integrado hacia la paz, que permitan formar en la ciencia, en el respeto hacia los demás y en la democracia plena a esos jóvenes que serán los líderes del mañana.

El Estado es el otro responsable de la educabilidad de la juventud de todos los tiempos. Un Estado marca y refleja su decadencia o prosperidad en el grado de preparación que tengan sus ciudadanos. A todo Estado le conviene que sus ciudadanos tengan una cultura ciudadana y de paz, que permitan el equilibrio social, cultural, económico, medioambiental y político para que su grado de desarrollo sea el mejor y se logre equilibrar la justicia social para dar un bienestar y calidad de vida a los ciudadanos que lo conforman o habitan. Este grado de bienestar, en lo que planteo, tiene un componente especial que es la educación. Si el Estado se compromete a dar todos los recursos logísticos y la formación, tanto a padres como educadores en esto de la cultura de la paz, basada en el respeto a los derechos humanos y resolución pacífica de conflictos, e inicia campañas tendientes a lograr este objetivo, es seguro que empezaremos a hablar de una nueva sociedad en donde las garantías sociales, de honradez y convivencia están garantizadas.

A los estados los hacen sus gobernantes y es más “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Necesitamos gobernantes que cumplan con el ideal de lo que es política: “El arte de servir”. Este “arte” es a cambio de nada, a cambio de sentir la satisfacción del deber cumplido y en el caso de la educación, ver en las caras de esta juventud la mirada de la esperanza y del poder vivir un mundo mejor.

Lamentablemente, en estos momentos, estamos viendo una serie de estados, en donde cada día los pobres son más pobres y los ricos más ricos. Son estados en donde no existe la clase media o intermedia, existe es la posibilidad de que seas o no seas, con pocas esperanzas de ser. Con esta desesperanza se están moviendo y creciendo muchos de nuestros jóvenes en el mundo y lo peor es, que no se vislumbra algún cambio de estructuras en un futuro mediato. Por esto, debemos insistir en educar a todas las generaciones en el respeto a sus derechos y al cumplimiento de sus deberes. El mundo no puede seguir soportando la existencia de unos estados en donde el respeto a los derechos humanos es una utopía, de aquí que se deben apoyar a todos los organismos y organizaciones que propenden por denunciar regímenes, en donde se vulneran los derechos e implantar la cultura de paz que todos anhelamos.

Ramiro Ovalle Llanes

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The 'peace sculpture' / Derrick Richardson-Lee